La mente tiene muchas palabras, muchas maneras de explicar, o intentar explicarlo todo; busca, encuentra, vuelve a perderse y vuelve a encontrar. Tiene un amplio espectro de explicaciones, conceptos, calificativos, trata de ordenar y entender, y ese entendimiento nos da una ilusoria sensación de control que satisfase al ego, para luego darnos cuenta que lo perdemos de nuevo, y así es siempre, ese ciclo nunca acaba, a traves de la mente nunca se consigue un equilibrio definitivo, nunca se consigue un punto central.
El corazón -no el órgano, sino por llamar de una manera a nuestro ser interior- no tiene palabras para explicar, no puede describir lo que ya sabe, simplemente es, no califica, no intenta ordenar ni entender, simplemente, de alguna manera, ya lo sabe.
Las cosas de la mente son limitadas, pobres, y es por eso que puede explicar, porque es básica y existen palabras para describir sus campos. Las cosas del corazón no se explican, porque son infinitas, no existen palabras que puedan describir sus dominios, porque son eternamente profundas, sólo se experimentan, sólo se sienten; no necesitan ordenarse, organizarse, está en su naturaleza el equilibrio. Una vez logras alcanzar el centro, una vez logras descanzar en los campos del corazón, puedes entender el idioma del alma, que no tiene palabras adecuadas para ser explicadas por la mente.
Hay que estar atentos. Una de las cualidades más perjudiciales de la mente es su gran deseo de posesión, es tan dominante que desea influenciar al corazón y hacerlo posesivo; el corazón no conoce de posesividad, pero la mente quiere contaminarlo, envenenarlo.
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Hay que estar atentos. Una de las cualidades más perjudiciales de la mente es su gran deseo de posesión, es tan dominante que desea influenciar al corazón y hacerlo posesivo; el corazón no conoce de posesividad, pero la mente quiere contaminarlo, envenenarlo.